Actuas

martes, 7 de septiembre de 2010

BELLYDANCERS : LA ELEGANCIA


BELLYDANCERS

ALAS ROTAS-GIBRÁN KHALIL (Cap VII- Final)







VII
ANTE EL TRONO DE LA MUERTE
El matrimonio, en estos días, es una farsa en manos de los jóvenes casaderos y de los padres. En la mayoría de los países, los hombres casaderos ganan, y los padres pierden el juego. La mujer se considera como un bien de consumo, se persigue y pasa de una casa a otra, como algo que se compra. Con el tiempo, la belleza de la mujer se marchita, y llega a ser una especie de mueble viejo al que se abandona en un rincón oscuro.La civilización moderna ha hecho a la mujer un poco más lúcida, pero ha incrementado sus sufrimientos, por la codicia del hombre. La mujer de épocas pasadas solía ser una esposa feliz, pero la mujer de hoy suele ser una miserable y desventurada amante. En el pasado, caminaba ciegamente en la luz, pero ahora camina en la oscuridad con los ojos abiertos. Antes era hermosa en su ignorancia, virtuosa en su simplicidad y fuerte en su debilidad. Hoy, se ha vuelto fea en su ingenuidad, y superficial e insensible en su conocimiento. ¿Llegará el día en que la belleza y el conocimiento, la ingenuidad y la virtud, y la debilidad del cuerpo, aunada a la fuerza espiritual, se conjuguen en una mujer?Soy de los que creen que el progreso espiritual es la norma de la vida humana, pero el avance hacia la perfección es lento y doloroso. Si la mujer se eleva en un aspecto y se retrasa en otro, es porque el áspero sendero que conduce a la cima de la montaña no está libre de las emboscadas que le tienden los ladrones, los mentirosos y los lobos.La extraña generación actual existe entre el sueño y la vigilia activa. Tiene en sus manos el suelo del pasado y las semillas del futuro. Sin embargo, en cada ciudad encontramos a una mujer que simboliza el futuro.En la ciudad de Beirut, Selma Karamy era el símbolo de la futura mujer oriental, pero, como muchos que viven adelantándose a su tiempo, fue víctima del presente; y como una flor arrancada de su tallo y barrida por la corriente de un río, tuvo que caminar en la doliente procesión de las derrotadas.Mansour Bey Galib y Selma se casaron, y se fueron a vivir en una hermosa casa en Ras Beirut, donde residían los acaudalados dignatarios. Farris Efendi Karamy se quedó en su casa solitaria, en medio de su jardín y de sus huertos, como un pastor solitario entre su rebaño.Pasaron los días y las noches festivas de las bodas, pero la luna de miel dejó recuerdos de amarga tristeza, así como la guerra deja calaveras y huesos muertos en el campo de batalla. La dignidad de la ceremonia del matrimonio, en Oriente, inspira nobles ideas en los corazones de los desposados, pero al terminar las fiestas, tales nobles ideas suelen caer en el olvido como grandes rocas al fondo del mar. El entusiasmo primero se convierte en huellas sobre la arena, que sólo durarán hasta que las barran las olas.Se fue la primavera, y pasaron también el verano y el otoño, pero mi amor por Selma crecía cada vez más, hasta que se convirtió en una especie de culto mudo, como lo que siente un huérfano por el alma de su madre que se ha ido al Cielo. Y mi sufrimiento se convirtió en una ciega tristeza que sólo podía verse a sí misma, y la pasión que había arrancado lágrimas a mis ojos fue substituida por una depresión que succionaba la sangre de mi corazón, y mis suspiros de cariño se convirtieron en una constante oración por la felicidad de Selma y la de su esposo, y por que su padre tuviera paz.Mis esperanzas y mis oraciones fueron vanas, porque el dolor de Selma era una enfermedad interna que sólo la muerte podía curar.Mansour Bey era un hombre al que todos los lujos de la vida le habían llegado fácilmente; pero a pesar de ello, era insaciable y rapaz. Después de casarse con Selma este hombre no se condolió de la soledad del anciano padre de su esposa, y deseaba secretamente su muerte, para poder heredar lo que quedaba de la fortuna del anciano.El carácter de Mansour Bey era muy parecido al de su tío; la única diferencia entre ambos era que el obispo lo obtenía todo secretamente, al amparo de sus ropas talares y de la cruz de oro que llevaba colgada al cuello, mientras que su sobrino cometía sus fechorías sin recato alguno. El obispo iba a la iglesia por las mañanas, y pasaba el resto del día robando a las viudas, a los huérfanos y a los ignorantes. En cambio Mansour Bey ocupaba sus días en la búsqueda continua de placeres sexuales. Los domingos, el obispo Bulos Galib predicaba el Evangelio; pero durante el resto de la semana nunca practicaba lo que predicaba, y sólo se ocupaba de las intrigas políticas de la región. Y por medio del prestigio y de la influencia de su tío, Mansour Bey hacía un gran negocio, consiguiendo puestos políticos a quienes pudieran proporcionarle, a cambio, considerables sumas de dinero.El obispo Bulos era un ladrón que se ocultaba en la noche, mientras que su sobrino Mansour Bey era un timador que caminaba orgullosamente y hacía todos sus tortuosos negocios a la luz del día. Sin embargo, los pueblos de las naciones orientales confían en hombres como éstos: lobos y carniceros que arruinan a sus países con sus codiciosas intrigas, y que aplastan a sus vecinos con mano de hierro.¿Por qué lleno estas páginas con palabras acerca de los traidores que arruinan a las naciones pobres, en vez de reservar todo el espacio para la historia de una desventurada mujer de corazón roto? ¿Por qué derramo lágrimas por los pueblos oprimidos en vez de reservar todas mis lágrimas para el recuerdo de una débil mujer cuya vida fue aniquilada por los dientes de la muerte?Pero, mis queridos lectores, ¿no creen ustedes que tal mujer es como una nación oprimida por los sacerdotes y por los malos gobernantes? ¿No creen ustedes que un amor frustrado que lleva a una mujer a la tumba es como la desesperación que aniquila a los pueblos de la Tierra? Una mujer es; respecto a una nación, como la luz a la lámpara. ¿No será débil la luz si el aceite de la lámpara escasea?Pasó el otoño, y el viento hizo caer de los árboles las hojas amarillentas, dando paso al invierno, que llegó con aullidos de fiera. Aún vivía yo en la ciudad de Beirut, sin más compañía que mis sueños, que antes habían elevado mi espíritu hacia el cielo, y que luego lo enterraron profundamente en el seno de la tierra.El espíritu triste encuentra consuelo en la soledad. Aborrece a la gente, como un ciervo herido se aparta del rebaño y vive en una cueva, hasta que sana o muere.Un día, supe que Farris Efendi estaba enfermo. Salí de mi solitaria morada y caminé hasta la casa del anciano, tomando una nueva ruta; un sendero solitario entre olivos, pues quería evitar el camino principal, muy transitado por carruajes.Al llegar a la, casa del anciano, entré y encontré a Farris Efendi acostado en el lecho, débil y pálido. Sus ojos estaban hundidos, y parecían dos profundos, oscuros valles, poblados por fantasmas de dolor. La sonrisa que siempre había dado vida a aquel rostro estaba distorsionada por el dolor y la agonía; y los huesos de sus nobles manos parecían ramas desnudas temblando ante la tempestad. Al acercarme y pedirle noticias de su salud, volvió el pálido rostro hacia mí, y en sus temblorosos labios se esbozó una sonrisa, y me dijo, con débil voz:-Ve, hijo mío, al otro cuarto, a consolar a Selma, y dile que venga a sentarse a mi lado.Entré en la habitación contigua a la del anciano, y encontré a Selma recostada en un diván, con la cabeza entre los brazos, y con el rostro pegado a una almohada, para que su padre no oyera sus sollozos. Acercándome sigilosamente, pronuncié su nombre con voz que más parecía un suspiro que un susurro. Se volvió atemorizada, como si despertara de una pesadilla, y se sentó mirándome a los ojos, dudando si era yo un fantasma o un ser viviente. Tras un profundo silencio, que nos llevó en alas del recuerdo a la hora en que estábamos embriagados con el vino del amor, Selma se secó las lágrimas. - ¡Ve cómo el tiempo nos ha cambiado! -dijo-. ¡Ve cómo el tiempo ha cambiado el curso de nuestras vidas, dejándonos con este aspecto ruinoso! En este mismo sitio, la primavera nos unió con lazos de amor, y en este sitio nos ha conducido ante el trono de la muerte. ¡Qué hermosa era la primavera, y qué terrible es el invierno!Y al decir esto, Selma volvió a cubrirse el rostro con las manos, como si quisiera ocultar sus ojos del espectro del pasado que estaba ante ella. Le puse una mano en la cabeza, y le dije-Ven, Selma; ven, y seamos dos fuertes torres ante la tempestad. Enfrentémonos al enemigo como valerosos soldados, y opongámosle nuestras almas. Si resultamos muertos en la batalla moriremos como mártires; si vencemos, viviremos como héroes. Retar a los obstáculos y a las dificultades es más noble que retirarse a la tranquilidad. Las palomillas que revolotean alrededor de la lámpara hasta morir son más admirables que el topo, habitante de oscuro túnel. Ven, Selma, y caminaremos por este áspero sendero con firmeza, con los ojos hacia el sol, para que no veamos las calaveras ni las serpientes entre las rocas y entre las espinas. Si el miedo nos detiene en medio del camino, sólo oiremos burlas de las voces de la noche, pero si llegamos valerosamente a la cima de la montaña nos reuniremos con los espíritus celestiales, cantando en triunfo y alegría. Ten valor, Selma; enjuga esas lágrimas y borra la tristeza de tu rostro. Levántate, y sentémonos cerca del lecho de tu padre, porque su vida depende de tu vida, y tu sonrisa es su único remedio.Me miró bondadosa y cariñosamente.-¿Me estás pidiendo que tenga paciencia, cuando eres tú quien más lo necesita? -dijo-. ¿Dará un hombre hambriento su pan a otro hombre hambriento? ¿O un hombre enfermo dará su medicina a otro hombre, cuando él mismo la necesita desesperadamente?Se levantó; inclinó ligeramente la cabeza, y caminamos hasta la habitación del anciano, y nos sentamos a cada lado del lecho. Selma sonrió forzadamente y simuló paciencia, y su padre trató de hacerle creer que se sentía mejor y que ya se estaba poniendo bueno; pero padre e hija tenían conciencia de la tristeza del otro, y oían suspiros no exhalados. Eran como dos fuerzas iguales, tirando una de otra silenciosamente, y anulándose. El padre tenía el corazón transido por el dolor de la hija. Eran dos almas puras, una que partía, y la otra que agonizaba de dolor, y que se abrazaban con amor ante la muerte. Y yo estaba en medio de esas dos almas, con mi propio corazón turbado. Éramos tres personas unidas y aniquiladas por la mano del Destino: un anciano que parecía una morada en ruinas tras la inundación, una joven mujer cuyo símbolo era un lirio segado por el afilado borde de una segadora, y un joven que apenas era un débil retoño, marchitado por una nevada, y los tres éramos juguetes en manos del Destino.Farris Efendi hizo un débil movimiento y extendió la temblorosa mano hacia Selma, y con la voz vibrante de ternura y amor, le dijo:-Toma mi mano, hija mía.-Selma hizo lo que su padre le pedía, y el anciano dijo:-He vivido lo suficiente, y he disfrutado de los frutos de las estaciones. He experimentado todas las fases de la vida con ecuanimidad. Perdí a tu madre cuando tenías tres años, y te dejó como un preciado tesoro en mis manos. Te vi crecer, y tu rostro reprodujo las facciones de tu madre, como las estrellas se reflejan en un estanque de aguas tranquilas. Tu carácter, tu inteligencia y tu belleza son los de tu madre, hasta tu manera de hablar y tus gestos y ademanes. Has sido mi único consuelo en esta vida, porque fuiste la imagen de tu madre en palabras y actos. Ahora, estoy viejo, y el único reposo para mí está en las suaves alas de la muerte. Consuélate, hija mía, porque he podido vivir hasta verte convertida en mujer. Sé feliz, porque viviré en ti después de mi muerte. Mi partida de hoy no será diferente de mi partida de mañana u otro día cualquiera, porque nuestros días son caducos, cual las hojas de otoño. La hora de mi muerte se aproxima a grandes pasos, y mi alma ansía unirse al alma de tu madre.Al pronunciar estas palabras dulce y amorosamente, la faz del anciano estaba radiante de gozo. Luego, el anciano sacó de abajo de la almohada un pequeño retrato enmarcado en oro. Con los ojos en el retrato, el agonizante dijo a su hija:-Mira tu madre, hija mía, en este retrato.Selma se enjugó las lágrimas y después de contemplar largo rato la foto, la besó varias veces, y volvió a llorar.- ¡Madre mía, amada madre mía! -exclamó, y luego volvió a posar los labios en el retrato, como si quisiera imprimir el alma en esa imagen.La más bella palabra en labios de los seres humanos es la palabra madre, y el llamado más dulce es madre mía. Es una palabra llena de esperanza y de amor; una dulce y amable palabra que surge de las profundidades del corazón. La madre lo es todo; es nuestro consuelo en la tristeza, nuestra esperanza en el dolor, y nuestra fuerza en la debilidad. Es la fuente del amor, de la misericordia, de la conmiseración y del perdón. Quien pierde a su madre pierde a un alma pura que bendice y custodia constantemente al hijo.Todo en la Naturaleza habla de la madre. El Sol es la madre de la Tierra, y le da su alimento de calor; nunca deja al universo por las noches sin antes arrullar a la Tierra con el canto del mar y con el himno que entonan las aves y los arroyos. Y la tierra es la madre de los árboles y de las flores. Les da vida, los cuida y los amamanta. Los árboles y las flores se vuelven madres de sus grandes frutos y de sus semillas. Y la madre, el prototipo de toda existencia, es el espíritu eterno, lleno de belleza y amor.Selma Karamy no conoció a su madre, pero lloró al ver la fotografía de su progenitora, y exclamó: ¡Madre mía! La palabra madre está oculta en nuestros corazones, y acude a nuestros labios en horas de tristeza y en horas de felicidad, como el perfume que emana del corazón de la rosa y se mezcla con el aire diáfano, así como con el aire nebuloso.Selma contempló la imagen de su madre, y la besó muchas veces, hasta que, exhausta se dejó caer en el lecho de su padre.El anciano le puso ambas manos en la cabeza.-Hijita mía -le dijo-, te he mostrado un retrato de tu madre, en el papel; pero escucha bien, y haré que oigas sus propias palabras.Selma alzó la cabeza, como un pajarillo en el nido que oye el aletear de su madre, y miró atentamente a su padre. Farris Efendi abrió la boca, y dijo:-Tu madre te estaba criando cuando perdió a su propio padre; gritó y lloró, pero era una mujer sensata y paciente. Se sentó a mi lado, en esta misma habitación, en cuanto terminó el funeral, me tomó la mano y me dijo: "Farris, mi padre ha muerto, y tú eres mi único consuelo en este mundo. Los afectos del corazón están divididos como las ramas del cedro; si el cedro pierde una rama vigorosa, sufre, pero no muere. Dará toda su savia a la rama contigua, para que crezca y llene el espacio vacío. Esto fue lo que tu madre me dijo cuando murió su padre, y tú deberás decir lo mismo cuando la muerte se lleve mi cuerpo al lugar del descanso, y mi alma, a Dios.Selma le respondió, con lágrimas y pesadumbre:-Cuando mi madre perdió a su padre, tú ocupaste el lugar de mi abuelo; pero, ¿quién tomará tu lugar cuando te hayas ido? Ella se quedó al cuidado de un amante y verdadero esposo; ella encontró consuelo en su hijita, pero, ¿quién será mi consuelo cuando mueras? Tú has sido mi padre y mi madre, y el compañero de mi juventud.Y diciendo estas palabras, Selma volvió el rostro y me miró. Y tomando una orilla de mi traje, dijo:-Este es el único amigo que tendré después de que te hayas ido; pero, ¿cómo puede consolarme, si él mismo sufre? ¿Cómo puede un corazón roto encontrar consuelo en un alma atormentada y decepcionada? Una mujer triste no puede hallar consuelo en la tristeza de su prójimo, ni un ave puede volar con las alas rotas. El es el amigo de mi alma, pero ya he colocado una pesada carga de tristeza sobre él, y he oscurecido su vista con mis lágrimas, al punto de que no puedo ver sino la oscuridad. Es un hermano a quien quiero tiernamente, pero es como todos los hermanos; comparte mi tristeza y mis lágrimas, con lo que aumenta mi amargura y quema mi corazón.Las palabras de Selma apuñalaron mi corazón, y sentí que no podía soportar más dolor. El anciano la escuchaba con expresión dolida, temblando como la luz de una lámpara al viento. Luego extendió la mano, y dijo:Déjame irme en paz, hija mía. He roto los barrotes de esta jaula vieja; déjame volar y no me detengas, porque tu madre me está llamando. El cielo está claro y el mar está en calma, y mi velero está a punto de zarpar; no demores su viaje. Deja que mi cuerpo repose con los que ya están gozando el reposo eterno; deja que mi sueño termine, y que mi alma despierte con la aurora; que tu alma bese a la mía con el beso de la esperanza; que no caigan gotas de tristeza o amargura en mi cuerpo, pues las flores y el césped rechazarían su alimento. No derrames lágrimas de dolor en mi mano, pues crecerían espinas en mi tumba. No ahondes arrugas de agonía en mi frente, pues el viento, al pasar, podría leer el dolor de mi frente, y se negaría a llevar el polvo de mis huesos a las verdes praderas... Te amé mucho, hija mía, mientras viví, y te amaré cuando esté muerto, y mi alma velará por ti y te protegerá siempre.Luego, Farris Efendi me miró con los ojos entornados. Hijo mío -me dijo-, sé un verdadero hermano para Selma, como tu padre lo fue para mí. Sé un amparo y su amigo en la necesidad, y no dejes que lleve luto por mí, porque llevar luto por los muertos es una equivocación. Relátale cuentos agradables y cántale los cantos de la vida, para que pueda olvidar sus penas. Recuérdame, y dale más recuerdos a tu padre; pídele que te cuente de nuestra juventud, y dile que lo quise en la persona de su hijo, en la última hora de mi vida.Reinó el silencio, y podía yo ver la palidez de la muerte en el rostro del anciano. Luego, nos miró a uno y otro, y susurró:-No llaméis al médico pues podría prolongar mi sentencia en esta cárcel, con su medicina. Han terminado los días de la esclavitud, y mi alma busca la libertad de los cielos. Y tampoco llaméis al sacerdote, porque sus conjuros no podrían salvarme, si soy un pecador, ni podría apresurar mi llegada al Cielo, si soy inocente. La voluntad de la humanidad no puede cambiar la voluntad de Dios, así como un astrólogo no puede cambiar el curso de los astros. Pero después de mi muerte, que los médicos y los sacerdotes hagan lo que les plazca, pues mi barco seguirá con las velas desplegadas hasta el lugar de mi destino final.A la media noche, Farris Efendi abrió los cansados ojos por última vez, los enfocó en Selma, que estaba arrodillada a un lado de la cama. Trató de hablar el agonizante, pero no pudo hacerlo, pues la muerte ya estaba ahogando su voz. Sin embargo, hizo un último esfuerzo.-La noche ha pasado... -susurró- ¡Oh Selma! ...Luego, inclinó la cabeza, su rostro se volvió blanco, y pude ver una última sonrisa en sus labios, al exhalar el último suspiro.Selma tocó la mano de su padre. Estaba fría. Luego, la joven alzó la cabeza y miró el rostro de quien le había dado la vida. Estaba cubierto por el velo de la muerte. Selma estaba tan anonadada por el dolor, que no podía derramar más lágrimas, ni suspirar, ni hacer movimiento alguno. Por un momento se quedó mirándolo como una estatua, con los ojos fijos; luego, se inclinó hacia adelante hasta tocar el piso con la frente, y dijo:- ¡Oh Señor, ten misericordia de nosotros, y cura nuestras alas rotas!Farris Efendi Karamy murió; su alma fue abrazada por la eternidad, y su cuerpo volvió a la tierra. Mansour Bey Galib se posesionó de su fortuna, y Selma se convirtió en una prisionera de por vida; una vida de dolor y sufrimientos.Yo me sentí perdido entre la tristeza y la ensoñación. Los días y las noches se cernían sobre mí como el águila sobre su presa. Muchas veces traté de olvidar mi desventura ocupándome en la lectura de libros y escrituras de generaciones pasadas, pero era como tratar de extinguir el fuego con el aceite, pues no podía yo ver en la procesión del pasado sino tragedias, y no oía yo sino llantos y gemidos de dolor. El libro de Job me atraía más que los Salmos, y prefería las elegías de jeremías al Cantar de Salomón, Hamlet estaba más cerca de mi corazón que todos los demás dramas de los escritores occidentales. Así, la desesperación debilita nuestra vida y cierra nuestros oídos. En tal estado de ánimo, no vemos más que los espectros de la tristeza, y no oímos más que el latir de nuestros agitados corazones.
VIII
ENTRE CRISTO E ISHTAR
En medio de los jardines y colinas que unen la ciudad de Beirut con el Líbano hay un pequeño templo, muy antiguo, cavado en la roca, rodeado de olivos, almendros y sauces.Aunque este templo está como a un kilómetro de la carretera principal, en la época de mi relato muy pocas personas aficionadas a las reliquias y a las ruinas antiguas habían visitado ese santuario. Era uno de los muchos sitios interesantes escondidos y olvidados que hay en el Líbano. Por estar tan apartado, se había convertido en un refugio para las personas religiosas, y en un santuario para amantes solitarios.Al entrar en este templo, el visitante ve en el muro oriental, un antiguo cuadro fenicio esculpido en la roca, que representa a Ishtar, diosa del amor y de la belleza, sentada en su trono, rodeada de siete vírgenes desnudas, en diversas actitudes. La primera de ellas lleva una antorcha; la segunda, una guitarra; la tercera, un incensario; la cuarta, una jarra de vino; la quinta, un ramo de rosas; la sexta, una guirnalda de laurel; la séptima, un arco y una flecha; y las siete miran a Ishtar reverentemente.En el segundo muro hay otro cuadro, más moderno que el primero, que representa a Cristo clavado en la cruz, y a su lado están su doliente Madre, María Magdalena, y otras dos mujeres, llorando. Este cuadro bizantino tiene una inscripción que demuestra que se esculpió en el siglo XV o en el XVI. En el muro occidental hay dos tragaluces redondos, a través de los cuales los rayos del sol entran en el recinto e iluminan las imágenes y dan la impresión de estar pintadas con agua dorada. En medio del templo hay un altar rectangular, de mármol, con viejas pinturas a los lados, algunas de las cuales apenas pueden distinguirse bajo las petrificadas manchas de sangre, que demuestran que el pueblo antiguo ofrecía sacrificios en esa roca y vertían perfume, vino y aceite sobre ella.No hay nada más en ese pequeño templo, excepto un profundo silencio, que revela a los vivientes los secretos de la diosa y que haba sin palabras de pasadas generaciones y de la evolución de las religiones. Tal espectáculo lleva al poeta a un mundo muy lejano, y convence al filósofo de que los hombres nacieron con tendencia hacia la religiosidad; sintieron los hombres la necesidad de lo invisible, y crearon símbolos, cuyo significado divulgó los secretos, los deseos de su vida y de su muerte.En este templo casi desconocido, me reunía yo con Selma una vez al mes, y pasaba varias horas: en su compañía, contemplando esas extrañas imágenes, pensando en el Cristo crucificado, y meditando en los jóvenes y en las ,jóvenes fenicios que vivieron, amaron y rindieron culto a la belleza en la persona de Ishtar, quemando incienso ante su estatua y derramando perfume en su santuario, es un pueblo del que no ha quedado más rastro que su nombre, repetido por la marca del tiempo ante el rostro de la eternidad.Resulta difícil describir con palabras los recuerdos de aquellas horas de mis encuentros con Selma; aquellas celestiales horas, llenas de dolor, felicidad, tristeza, esperanza y miseria espiritual.Nos reuníamos secretamente en el viejo templo a recordar los viejos días, a hablar de nuestro presente, a atisbar con recelo el futuro, y a sacar gradualmente a la superficie los ocultos secretos de las profundidades de nuestros corazones, ex uniéndonos las quejas de nuestra frustración y nuestro sufrimiento, tratando de consolarnos con esperanzas imaginarias y sueños melancólicos. De vez en cuando nos calmaban, enjugábamos nuestras lágrimas y empezábamos a sonreír, olvidándonos de todo, excepto del amor; nos abrazábamos hasta que nuestros corazones se enternecían; luego, Selma me daba un casto beso en la frente, y llenaba mi corazón de éxtasis; yo le devolvía el beso al inclinar ella su cuello de marfil, mientras sus mejillas se coloreaban ligeramente de rojo, como el primer rayo de la aurora en la frente de la montaña. Contemplábamos silenciosamente el lejano horizonte, donde las nubes se teñían con el color anaranjado del ocaso.Nuestra conversación no se limitaba al amor; de vez en cuando hablábamos de diferentes temas, y hacíamos comentarios. Durante el curso de la conversación Selma hablaba del lugar de la mujer en la sociedad, de la huella que la generación pasada había dejado en su carácter, de las relaciones entre marido y mujer, porque la miran detrás del velo sexual, y no ven en ella sino lo externo; la miran a través de un lente de aumento de odio, y no encuentran en ella sino debilidad y sumisión.En otra ocasión, me dijo, señalando los cuadros esculpidos en el templo:-En el corazón de esta roca están dos símbolos que reflejan la esencia de los deseos de la mujer, y que revelan los secretos de su alma, que oscila entre el amor y la tristeza, entre el cariño y el sacrificio, entre Ishtar sentada en su-trono y María al pie de la cruz. El hombre adquiere gloria y fama, pero la mujer paga el precio.Sólo Dios supo el secreto de nuestros encuentros, además de las bandadas de pájaros que volaban sobre el templo. Selma solía ir en su coche a un sitio llamado Parque del Pachá, y desde allí caminaba hasta el templo, donde me encontraba, esperándola ansiosamente.No temíamos que nos observaran, ni nuestras conciencias nos reprochaban nada, el espíritu purificado por el fuego y lavado por las lágrimas está por encima de lo que la gente llama vergüenza y oprobio; está libre de las leyes de la esclavitud y de las viejas costumbres que ponen trabas a los afectos del corazón humano.Ese espíritu puede comparecer orgullosamente y sin vergüenza alguna ante el trono de Dios.La sociedad humana se ha plegado durante setenta siglos a leyes corrompidas, hasta el punto de no poder entender el significado de las leyes superiores y eternas.Los ojos del hombre se han acostumbrado a la pálida luz de las velas, y no pueden contemplar la luz del sol. La enfermedad espiritual se hereda de generación en generación, hasta llegar a ser parte de la gente, que la considera no una enfermedad, sino un don natural, que Dios impuso a Adán. Si estas personas encuentran a alguien liberado de los gérmenes de tal enfermedad, piensan que ese individuo vive en la vergüenza y en el oprobio.Los que piensan mal de Selma Karamy porque salía del hogar de su esposo para entrevistarse conmigo en el templo están enfermos, y forman parte de esos débiles mentales que consideran a los sanos unos rebeldes. Son como insectos que se arrastran en la oscuridad por miedo a que los pisen los transeúntes.El prisionero oprimido que puede escapar de su cárcel y no lo hace, es un cobarde. Selma, prisionera inocente y oprimida, no pudo libertarse de sus cadenas. ¿Se la puede censurar porque mirara a través de la ventana de su prisión los verdes campos y el espacioso cielo? ¿Dirá la gente que Selma fue infiel por salir de su casa para ir a sentarse á mi lado ante Cristo e Ishtar? Que la gente diga lo que quiera: Selma había pasado por los pantanos que sumergen a otros espíritus, y había llegado a un mundo que no podían alcanzar los aullidos de los lobos, ni el cascabeleo de las serpientes.Que la gente diga lo que quiera de mí, porque el espíritu que ha visto el espectro de la muerte no puede atemorizarse con los rostros de los ladrones; el soldado que ha visto brillar sobre su cabeza las espadas, y correr arroyos de sangre bajo sus pies, camina imperturbable, a pesar de las piedras que le arrojan los niños callejeros.
IX
EL SACRIFICIO
Un día, a fines de junio, cuando la gente salía de la ciudad para ir a la montaña huyendo del calor del verano, fui, como siempre, al templo a reunirme con Selma, llevando conmigo un librito de poemas andaluces. Al llegar al templo, me senté a esperarla, leyendo a intervalos mi libro, recitando aquellos versos que llenaban mi corazón de éxtasis, y que traían a mi memoria el recuerdo de los reyes, de los poetas y caballeros que se despidieron de Granada, y que tuvieron que dejarla, con lágrimas en los ojos y tristeza en los corazones; que tuvieron que dejar sus palacios, sus instituciones y sus esperanzas. Al cabo de una hora, vi a Selma que caminaba por los jardines y se acercaba al templo; se iba apoyando en su paraguas, como si estuviera soportando todas las preocupaciones del mundo sobre sus hombros. Al entrar en el templo, y sentarse a mi lado, noté un cambio en sus ojos, y me apresuré a preguntarle qué le ocurría.Selma intuyó mi pensamiento, me puso una mano en la cabeza y me dijo:-Acércate a mí; ven, amado mío, y deja que sacie mi sed, porque la hora de la separación ha llegado.-¿Se enteró tu esposo de nuestras citas aquí? -le pregunté.-A mi esposo no le importa nada de mi persona -me respondió-, ni se molesta en averiguar lo que haga, pues está muy ocupado con esas pobres muchachas a las que la pobreza ha llevado a las casas de mala fama; esas muchachas que venden sus cuerpos por pan, amasado con sangre y lágrimas. -¿Qué te impide, que vuelvas a este templo a sentarte a mi lado, reverentemente, ante Dios? -le pregunté-. ¿Te exige tu conciencia que nos separemos?Y Selma me contestó, con lágrimas en los ojos:-No, amado mío, mi espíritu no exige que nos separemos, porque tú eres parte de mí. Mis ojos nunca se cansan de mirarte, porque tú eres la luz de mis ojos; pero si el Destino dispuso que yo tuviera que caminar por el áspero sendero de la vida cargada con cadenas, no es justo que tu suerte sea como la mía. No puedo decirte todo, porque mi lengua está muda de dolor; mis labios están sellados por la pena, y no pueden moverse; sólo puedo decirte que temo que caigas en la misma trampa en que yo caía-¿Qué quieres decir, Selma, y de quién tienes miedo? Mi amada se llevó las manos al rostro.-El obispo ya ha descubierto que cada mes he estado saliendo de la tumba en que me enterró -dijo.-¿El obispo descubrió que nos vemos aquí?-Si lo hubiera descubierto, no me estarías viendo sentada aquí a tu lado; pero algo sospecha, y ha ordenado a sus sirvientes y espías que me vigilen bien. He llegado a sentir que la casa en que vivo y el sendero por el que camino están llenos de ojos que me vigilan, y de dedos que me señalan, y de oídos al acecho de mis pensamientos.-Guardó silencio un momento, y luego añadió, con lágrimas que mojaban sus mejillas: -No temo al obispo, pues el agua no asusta a los ahogados, pero temo. que tú caigas en una trampa y seas su víctima; tú aún eres joven y libre como la luz del sol. No temo al oscuro destino qué ha disparado todas sus flechas a mi pecho, pero temo que la serpiente muerda tu pie y detenga tu ascensión hacia la cima de la montaña en que el futuro te espera con sus placeres y sus glorias.-Quien no ha sido víctima de las mordeduras de las serpientes del día, y quien no ha sentido las tarascadas de los lobos de la noche, puede decepcionarse ante los días y las noches. Pero escúchame, Selma; escucha bien: ¿Es la separación el único medio de evitar la maldad de las personas? ¿Acaso se ha cerrado la senda del amor y de la libertad, y no queda más salida que la sumisión a la voluntad de los esclavos de la muerte?-No queda más remedio que separarnos, y decirnos adiós. Con espíritu rebelde, le tomé la mano.-Nos hemos sometido a la voluntad de la gente durante mucho tiempo -dije, nervioso-, desde que nos conocimos hasta este momento nos han dirigido los ciegos, y junto con ellos, hemos rendido culto a sus ídolos. Desde que te conocí hemos estado en manos del obispo como dos pelotas con las que ha jugado a su antojo. ¿Nos hemos de someter a su voluntad hasta que la muerte nos lleve? ¿Acaso Dios nos dio el soplo de la vida para colocarlo bajo los pies de la muerte? ¿Nos dio El la libertad para hacer de ella una sombra de la esclavitud? Quien extingue el fuego de su propio espíritu con sus propias manos, es un infiel a los ojos del Cielo, pues el Cielo encendió el fuego que arde en nuestros espíritus. Quien no se rebela contra la opresión, es injusto consigo mismo. Te amo, Selma, y tú me amas también; y el amor es un tesoro precioso; es el don de Dios a los espíritus sensibles y de altas miras. ¿Desperdiciaremos tal tesoro, para que los cerdos lo dispersen y lo pisoteen? Este mundo está lleno de maravillas y de bellezas. ¿Por qué hemos de vivir en el estrecho túnel que el obispo y sus secuaces han cavado para nosotros? La vida está llena de felicidad y de libertad; ¿por qué no quitamos este pesado yugo de tus hombros, y por qué no rompemos las cadenas de tus pies, para caminar libremente hacia la paz? Levántate, y dejemos este pequeño templo, para ir al templo mayor de Dios. Salgamos de este país y de toda esta esclavitud e ignorancia, y vayamos a otro país muy lejano, donde no nos alcancen las manos de los ladrones. Vayamos a la costa al amparo de la noche, y tomemos un barco que nos lleve al otro lado del océano, donde podamos llevar una nueva vida de felicidad y comprensión. No vaciles, Selma, porque estos minutos son más preciosos para nosotros que las coronas de los reyes, y más sublimes que los tronos de los ángeles. Sigamos la columna de luz que nos conduzca, desde este árido desierto, hasta los verdes campos donde crecen las flores y las plantas aromáticas.Selma movió la cabeza negativamente, y se quedó mirando el techo del templo; una triste sonrisa apareció en sus labios.-No; no, amado mío -dijo-. El Cielo ha puesto en mi mano una copa llena de vinagre; me he obligado a beberla hasta las heces; hasta que sólo queden unas cuantas gotas, que beberé pacientemente. No soy digna de una nueva vida de amor y paz; no soy suficientemente fuerte para gustar de los placeres y de las dulzuras de la vida, porque un pájaro con las alas rotas no puede volar por el espacioso cielo. Los ojos acostumbrados a la débil luz de una vela no son lo bastante fuertes para contemplar el sol. No me hables de felicidad; su recuerdo me hace sufrir. No menciones en mi presencia la paz; su sombra me aterroriza; mírame, y te mostraré la santa antorcha que el Cielo ha encendido en las cenizas de mi corazón. Tú bien sabes que te amo como una madre a su único hijo, y que el amor me ha enseñado a protegerte hasta de mí misma. Es el amor purificado con fuego, el que me impide seguirte a tierras lejanas. El amor mata mis deseos, para que puedas vivir libre y virtuosamente. El amor limitado exige la posesión del amado, pero el amor ilimitado sólo pide para sí mismo. El amor que aparece en la ingenuidad y el despertar de la juventud se satisface con la posesión y se reafirma con los abrazos. Pero el amor nacido en el firmamento y que ha bajado a la tierra con los secretos de la noche no se satisface sino con la eternidad y la inmortalidad; no hace reverencias sino a la deidad."Cuando supe que el obispo quería impedirme salir de la casa de su sobrino y despojarme de mi único placer, me paré ante la ventana de mi habitación y miré hacia el mar, pensando en los vastos países que hay más allá, y en la libertad real y en la personal independencia que se puede encontrar allá. Me vi a mí misma viviendo a tu lado, protegida por la sombra de tu espíritu, y sumergida en el océano de tu cariño. Pero todos estos pensamientos que iluminan el corazón de una mujer y que la hacen rebelarse contra las viejas costumbres, y desean vivir a la sombra de la libertad y de la justicia, me hicieron reflexionar que así nuestro amor será limitado y débil, indigno de alzarse ante el rostro del sol. Grité como un rey despojado de su reino y de sus tesoros, pero inmediatamente vi tu rostro a través de mis lágrimas, y tus ojos que me miraban, y recordé lo que un día me dijiste:"Ven, Selma, ven y seamos fuertes torres ante la tempestad. Enfrentémonos como valerosos soldados al enemigo y opongámonos a sus armas. Si nos matan, moriremos como mártires; y si vencemos, viviremos como héroes. Retar a los obstáculos y a las penalidades es más noble que retirarse a la tranquilidad. Estas palabras, amado mío, las pronunciaste cuando las alas de la muerte se cernían sobre el lecho de muerte de mi padre; las recordé ayer, mientras las alas de la desesperación se cernían sobre mi cabeza. Me sentí más fuerte, y sentí incluso en la oscuridad de mi prisión, una especie de preciosa libertad que paliaba nuestras dificultades y disminuía nuestras tristezas. Descubrí que nuestro amor era tan profundo como el océano, tan alto como las estrellas, y tan espacioso como el Cielo. Vine a verte, y en mi débil espíritu hay una nueva fuerza, esta fuerza es la capacidad de sacrificar algo muy grande, para obtener algo todavía más grande; es el sacrificio de mi felicidad, para que puedas seguir siendo virtuoso y honorable a los ojos de la gente, y para que estés lejos de sus traiciones y de su persecución..."En otras ocasiones, al venir a este sitio, sentía yo que pesadas cadenas me impedían caminar; pero hoy, vine con una nueva determinación que se ríe de las cadenas y acorta el camino. Venía yo a este templo como un fantasma asustado, hoy vine como una mujer valerosa que siente lo imperioso del sacrificio, y que conoce el valor del sufrimiento; como una mujer que quiere proteger a su amado de la gente ignorante y de su propio espíritu hambriento. Me sentaba yo a tu lado como una sombra temblorosa, hoy vine a mostrarte mi ser verdadero, ante Ishtar y ante Cristo."Soy un árbol que ha crecido en la sombra, y hoy extendí mis ramas para temblar un poco a la luz del día. Vine a decirte adiós, amado mío, y espero que nuestra despedida sea tan bella y tan terrible como nuestro amor. Que nuestra despedida sea como el fuego, que funde el oro y lo hace más resplandeciente.Selma no me permitió hablar ni protestar, sino que me miró, con. los ojos brillantes, con una gran dignidad en el rostro, y parecía un ángel que impusiera silencio y respeto.Luego me abrazó fuertemente, lo que nunca había hecho antes y puso sus suaves brazos alrededor de mi cuello, y estampó un profundo, largo, dulcísimo beso en mi boca.Al irse ocultando el sol, retirando sus rayos de aquellos jardines y de aquellos huertos, Selma caminó hacia la parte central del templo, y contempló largamente sus muros y sus ángulos, como si quisiera verter la luz de sus ojos en las imágenes y en los símbolos. Luego, dio otros pasos al frente, y se arrodilló con reverencia ante la imagen de Cristo, besó sus pies, y susurró:- ¡Oh, Cristo!, he escogido tu cruz y he abandonado el mundo de los placeres y felicidad de Ishtar; he llevado la corona de espinas y he rechazado la corona de laurel; me he bañado con sangre y lágrimas, y he rechazado el perfume y el incienso; he bebido vinagre de la copa que tendría que dar vino y néctar; acéptame, Señor, entre tus fieles, y condúceme a Galilea, junto con los que han elegido tu camino, contentos en sus sufrimientos, y gozosos en sus tristezas.Luego, Selma se levantó y me miró.-Ahora, volveré feliz a mi oscura cueva, donde reside el horrible fantasma. No me tengas lástima, amado mío, y no te entristezcas por mí, porque el alma que ve una vez la sombra de Dios no volverá a tener miedo, desde entonces, a los fantasmas de los demonios. Y el ojo que ha visto el cielo no será cerrado por los dolores del mundo.Y al acabar de decir estas palabras, Selma salió del santuario; permanecí allí, perdido en un hondo mar de pensamientos, absorto en el mundo de la revelación, donde Dios se sienta en su trono y donde los ángeles registran los actos de los seres humanos, donde las almas recitan la tragedia de la vida, y donde las novias del Cielo cantan los himnos del amor, de la tristeza y de la inmortalidad.La noche ya había llegado cuando salí de mi meditación, y me encontré estupefacto, en los jardines, repitiendo el eco de cada palabra que había pronunciado Selma, recordando su silencio, sus actos, sus movimientos, sus expresiones y el toque de sus manos, hasta que me di cuenta cabal del significado de la despedida y del dolor de la soledad. Me sentí. deprimido y con el corazón roto. Fue entonces cuando descubrí que los hombres, aunque nazcan libres, seguirán siendo esclavos de las estrictas leyes que sus mayores promulgaron, y que el firmamento, que imaginamos inmutable, es la sumisión del día de hoy a la voluntad del día de mañana, y la sumisión del ayer a la voluntad del presente.Muchas veces, desde aquella noche, he pensado en la ley espiritual .que hizo que Selma prefiriera la muerte a la vida, y muchas veces he comparado la nobleza del sacrificio con la felicidad de la rebelión para saber cuál de las dos actitudes es más noble y más hermosa; pero hasta ahora he obtenido sólo una verdad de todo ello, y esta verdad es la sinceridad, que es la que puede hacer que todas nuestras acciones sean hermosas y honorables. Y esta sinceridad estaba en Selma Karamy.
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LA LIBERTADORA
Cinco años del matrimonio de Selma transcurrieron, sin que hubiera hijos que reforzaran los lazos espirituales entre ella y su esposo, lazos que hubieran podido acercar a sus almas contrastantes.La mujer estéril es vista con desdén en todas partes, porque la mayoría de los hombres desean perpetuarse en su posteridad.El hombre común considera a su esposa, cuando no puede tener hijos, como a un enemigo; la detesta, la abandona y desea su muerte. Mansour Bey Galib era de esa clase de hombres; en lo material, era como la tierra, duro como el acero y codicioso como un sepulcro. Su. deseo de tener un hijo que llevara su nombre y prolongara su reputación hizo que odiara a Selma, a pesar de su belleza y de su dulzura.Un árbol que crece en una cueva no da fruto; y Selma, que vivía en la parte oscura de la vida, no concebía...El ruiseñor no hace su nido en la jaula, a menos que la esclavitud sea el sino de su raza... Selma era una prisionera del dolor, y era voluntad del Cielo que no hubiese otro prisionero que le hiciera compañía. Las flores del campo son hijas del afecto del sol y del amor de la Naturaleza; y los hijos de los hombres son las flores del amor y de la compasión.El espíritu del amor y de la compasión nunca reinó en su hermosa casa de Ras Beirut. Sin embargo, se arrodillaba Selma todas las noches y pedía a Dios un hijo en quien encontrar compañía y consuelo... Oró hasta que el Cielo oyó sus plegarias.El árbol de la cueva floreció y, al fin dio fruto. El ruiseñor enjaulado empezó a hacer su nido con las plumas de sus alas.Selma extendió los encadenados brazos hacia el Cielo, y recibió el precioso don, y nada en el mundo pudo hacerla más feliz que saber que iba a ser madre...Esperó ansiosamente, contando los días, y ansiando el tiempo en que el canto más dulce del Cielo, la voz de su hijo, sonara como campanitas de cristal en sus oídos.Empezó Selma a ver la aurora de un futuro menos negro, a través de sus lágrimas..Era el mes de Nisán cuando Selma estaba en el lecho del dolor y del trabajo de parto, donde luchaban la vida y la muerte. El médico y la comadrona se preparaban a entregar al mundo a un nuevo huésped. Pero a altas horas de la noche, Selma empezó a gritar, con gritos que eran una separación de la. vida... Un grito que se prolongó en el firmamento de la nada... Un grito de fuerza debilitada ante la quietud de fuerzas superiores... El grito de mi pobre Selma, que se debatía entre los pies de la vida y los pies de la muerte...Al alba, Selma dio a luz un varón. Al abrir los ojos la madre, vio rostros sonrientes en toda la habitación, y luego vio que la vida y la muerte aún luchaban en su lecho. Cerró los ojos, y exclamó, por primera vez:- ¡Oh, hijo mío!La comadrona envolvió al recién nacido en pañales de seda, y lo puso junto a su madre, pero el médico se quedó mirando a Selma, moviendo tristemente la cabeza.Gritos de gozo despertaron a los vecinos, que se precipitaron a felicitar al padre por el nacimiento de su heredero, pero el médico miró a Selma y al hijo, y movió tristemente la cabeza.Los sirvientes corrieron a dar la buena nueva a Mansour Bey sin saber que el médico seguía considerando a Selma y al niño con honda preocupación.Al salir el sol, Selma se llevó el niño al pecho, y el niño abrió los ojos y miró a su madre. El médico tomó al niño de los brazos de Selma y con lágrimas en los ojos, dijo:-Es un huésped que se va...El niño falleció mientras los vecinos celebraban con el padre en la gran sala de la casa, y mientras bebían vino a la salud del heredero. Selma miró al médico, y le rogó:-Deme a mi hijo, y deje que le de un beso...Y aunque el niño estaba muerto, los sonidos de las copas entrechocando por los brindis de alegría, resonaban en la gran sala.El niño nació al alba, y murió al llegar los primeros rayos del sol...No vivió para consolar y acompañar a su madre.Su vida había empezado al terminar la noche y cesó al principiar el día, como una gota de rocío vertida por los ojos de la oscuridad y secada al contacto de la luz.Fue una perla que la marea arrojó a la costa y que la misma marea devolvió a las profundidades del mar...Un lirio que acababa de abrirse del capullo de la vida y que aplastó el pie de la muerte.Fue un huésped querido que iluminó un instante el corazón de Selma, y cuya partida mató su alma.Tal es la vida de los hombres, la vida de las naciones, la vida de soles, lunas y estrellas.Y Selma miró intensamente al médico.- ¡Deme a mi hijo y déjeme abrazarlo -gritó-; deme a mi hijo, y déjeme darle el pecho!Pero el doctor inclinó la cabeza y su voz se quebró al decir:-Señora, su hijo está muerto; tenga paciencia.Al oír estas palabras del médico, Selma dio un terrible grito. Luego, permaneció inmóvil un momento, y sonrió, como con alegría. Su rostro se iluminó como si hubiera descubierto algo, y dijo dulcemente:-Denle a mi hijo; quiero tenerlo cerca de mí, aunque esté muerto.El médico le llevó el niño muerto a Selma y se lo puso en los brazos. Selma lo abrazó, luego volvió el rostro a la pared, y le habló a su hijo, en estos términos:-Hijo mío, has venido por mí; has venido a mostrarme el camino que conduce a la playa. Aquí estoy, hijo mío; llévame, y salgamos de esta oscura cueva.Y un minuto después, un rayo de sol penetró entre las cortinas de las ventanas e iluminó dos cuerpos inmóviles, que yacían en la cama, custodiados por la profunda dignidad del silencio y protegidos por las alas de la muerte. El médico salió de la habitación con lagrimas en los ojos, y cuando llegó a la gran sala, la celebración se convirtió en un funeral; pero Mansour Bey Galib nunca pronunció una palabra de lamento, ni derramó una sola lágrima. Se quedó de pie, inmóvil como una estatua, con una copa de vino en la mano derecha.Al día siguiente, Selma fue amortajada con su blanco vestido de novia y puesta en un ataúd; la mortaja del niño fueron sus pañales de seda; sus ataúd, los brazos de su madre; su tumba el calmado pecho que no lo alimentó. Eran dos cuerpos en un solo ataúd. Seguí reverentemente el cortejo que acompañó a Selma y a su hijo hasta su último reposo.Al llegar al cementerio, el obispo Galib empezó a cantar los salmos funerarios, mientras los demás sacerdotes oraban, y en los indiferentes rostros de todos ellos vi un velo de ignorancia y vacuidad.Al bajar el féretro, uno de los asistentes dijo en voz baja: -Es la primera vez que veo a dos cuerpos en un ataúd. -Parece que el niño hubiera venido a rescatar a su madre de un esposo inmisericorde -dijo otra persona.Y otra persona exclamó:-Miren a Mansour Bey: dirige la vista al cielo, como si sus ojos fueran de hielo. No parece que haya perdido a su esposa y a su hijo en un solo día.Y otra persona más, comentó:-Su tío, el obispo, volverá a casarlo mañana con una mujer más rica y más fuerte.El obispo y los sacerdotes siguieron cantando y murmurando plegarias hasta que el sepulturero terminó de llenar la fosa. Luego, todos se fueron acercando uno a uno, a ofrecer sus respetos y sus condolencias al obispo y a su sobrino, con tiernas palabras, pero yo me quedé aparte, solitario, sin un alma que me consolara, como si Selma y su hijo no hubieran significado nada para mí.El cortejo salió del cementerio; el sepulturero se quedó cerca de la nueva tumba, sosteniendo una pala en la mano. Me acerqué al sepulturero y le pregunté:-¿Recuerda usted dónde enterró a Farris Efendi Karamy? Me miró un momento, y luego señaló la tumba de Selma. -Allí mismo; puse a su hija sobre él, y en el pecho de su hija reposa su nieto, y encima de ellos llené la fosa con tierra, con esta pala.-En esta fosa -le dije- también ha enterrado usted mi corazón.Y mientras el sepulturero desaparecía detrás de los álamos, no pude más; me dejé caer sobre la tumba de Selma, y lloré.
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